sábado, 16 de febrero de 2008

APROXIMACIÓN A LA GUERRA Y LA SALUD MENTAL. COLOMBIA AÑO 2005*

Faber Alzate

A continuación se intentara llevar a cabo una aproximación al asunto de la guerra y la salud mental, a partir de tres líneas fundamentales: algo de contexto en el que se sitúa la salud mental; algo sobre la guerra y la salud mental, esto es, algunos atisbos que se han venido presentando, básicamente desde el enfoque psicosocial; y, al final, se intentará presentar algunas formas de intervención con respecto a esa salud mental afectada en los contextos de guerra.

I. Consideraciones de contexto

Últimamente se ha intensificado en el “discurso oficial” que lo que se vive en Colombia no es una guerra, sino una amenaza o desafió terrorista contra las instituciones democráticas y la misma sociedad. El discurso no es de ahora: el se ha venido articulando a partir de los acontecimientos del 11 de septiembre del año 2001 en los Estados Unidos, en el marco de la lucha de Bush y sus aliados contra el terrorismo. El “discurso oficial” se sitúa más allá de un asunto de lenguaje, dejando observar implicaciones políticas, jurídicas y militares en esta asunción de una lucha antiterrorista.

¿Sí es terrorismo lo que encontramos hoy en Colombia? ¿Son terroristas las FARC, el ELN y el Departamento de Estado estaudinense apunta a lo correcto cuando las sitúa a ellas en la “lista Negra” de las organizaciones terroristas? ¿Son terroristas las AUC o paramilitares? Obviamente, todas ellas son organizaciones tipificadas como terroristas, pero no se podrían situar en un mismo lugar, pues hay diferencias sustantivas de las dos primeras organizaciones con los paramilitares. En estos días un personaje con un alto capital cultural como el expresidente Alfonso López Michelsen manifestó que el terrorismo no está tipificado como delito y que las FARC no eran terroristas, con lo cual se complejiza y sigue abierta la caracterización del conflicto colombiano y la naturaleza de los actores armados.

La noción de terrorismo es harto problemática y, no obstante ella haber sido una de las nociones más debatidas en los últimos años, puede parecer interesante y esclarecedor la definición de terrorismo en la que se alude a este independientemente de los actores y de su finalidad:”Una posible solución al problema de su conceptualización consiste en definir el terrorismo según las características que permitan identificar los propios actores terroristas con independencia de quienes pueden ser sus autores o cuál se la causa final que los anime a ejercer el terrorismo” [1]. Para ellos, psicólogos sociales españoles, una acción terrorista cumpliría al menos dos condiciones. “(1) que implique el uso predeterminado de la violencia física sobre ciertos objetos o personas; (2) que esa violencia no tenga un objetivo finalista sino ejemplificador” [2]. Desde este punto de vista ni el mismo estado colombiano saldría bien librado. Mas, nos resistimos a pensar que la guerra colombiana sea simple y llanamente una guerra terrorista, lo cual viene enrareciendo el conflicto colombiano y la búsqueda de salidas políticas y el agenciamiento del Derecho Internacional Humanitario.

También se ha visto en el conflicto colombiano una guerra civil. Daniel Pécaut, sociólogo francés y conocedor de la realidad colombiana desde hace más de 35 años, ha venido controvirtiendo ello, al igual que Eduardo Pizarro, entre otros. Pécaut en su texto “Guerra contra la sociedad” (2001) sostiene la improcedencia de hablar de una guerra civil en Colombia, proponiendo más bien la existencia de una guerra contra la sociedad; una guerra que se “desarrolla contra la mayor parte de la sociedad”. Y es que de las tres condiciones que definirían una guerra civil (proyecto de sociedad antagónico, polarización nacional y soberanía escindida), sólo el primer criterio se cumple en Colombia, por lo cual no es posible aceptar que se vive una guerra civil. Aquí, el análisis de Eduardo Pizarro, sociólogo colombiano que sufrió un atentado y ha estado expuesto al exilio, a ser una cifra más de esta cruenta guerra, es ejemplar en este sentido, pues su análisis permite sustentar la inexistencia en Colombia de la polarización nacional y de la soberanía escindida [3]. Tampoco para él existiría una guerra propiamente terrorista o una guerra ambigua o, incluso una guerra contra la sociedad como la propondría el mismo Daniel Pécaut. Con todo, en Colombia hay una guerra que si bien no sería propiamente contra la sociedad, ésta si se ve seriamente afectada.

En Colombia hay un conflicto, una guerra que lleva más de cuarenta años. Quizás podíamos establecer como coordenadas iniciales 1964 en el gobierno de Guillermo León Valencia (1962-6) cuando emergen las organizaciones guerrilleras (FARC, EPL, ELN). Estas emergen en el contexto del Frente Nacional, el cual fue quizás esa formula que permitió atajar la violencia y ponerle limites a los militares, pero con su prolongación en el tiempo se convirtió en una formula “perversa” pactada entre conservadores y liberales que se alternaron por 16 años el poder y repartieron los cargos públicos; fue pensada de 1958 a 1974, mas se extendió hasta 1986, excluyendo la posibilidad de que movimientos, partidos o fuerzas de oposición, de izquierda o por fuera de los partidos tradicionales participarán en el poder político. Además, dichas organizaciones, y la guerra misma, se inscriben en un contexto de exclusión y pobreza, de un desarrollo desigual y contradictorio a nivel regional y de representaciones sociales donde la violencia aparece como un recurso necesario. La guerra arrecia desde allí, 1964, y en su devenir va asumiendo contenidos y formas diversas en una suerte de metamorfosis, donde la economía de la droga y la presencia del paramilitarismo juegan un papel determinante. Así mismo, la presencia de nuevas fuerzas u organizaciones y los procesos de confrontación como los de desmovilización y reinserción que se efectúan propiamente a principios de los años noventa le imprimen una nueva dinámica.

En Colombia el contexto en el que se ha de pensar salud mental o psicosocial es un contexto de guerra, de una guerra que viene de tiempo atrás y que no se ha podido resolver, aunque también nos vemos expuestos a un contexto donde Colombia se presenta como un país periférico en el sistema mundo capitalista (niveles bajos de salario, precariedad, explotación más brutal que los países semiperiféricos y del centro del sistema-mundo capitalista, estados con grandes deficiencias en lo social y en los niveles económicos, políticos y culturales en dicho sistema-mundo). Immanuel Wallerstein, uno de los sociólogos más emblemáticos de la contemporaneidad, ha propuesto tener presente en los diversos análisis que se lleven a cabo no el estado nacional como unidad de trabajo o comprensión, sino el sistema-mundo capitalista y la configuración de países centro-semiperiféricos-periféricos, la dinámica y las relaciones que se tejen entre ellos.

El contexto político Colombia se revela, igualmente, como una democracia alicaída , pues si la democracia se piensa como competencia efectiva entre partidos por puestos de poder, elecciones regulares y limpias con la participación del gran grueso de la población, derechos cívicos [4] y garantía y defensa de las minorías, la democracia colombiana no saldría bien librada. La participación efectiva entre partidos por puestos de poder se ha visto grandemente sacrificada con la misma existencia del Frente Nacional durante 16 o, incluso, 28 años, con el asesinato de algo así como cinco mil miembros de la UP (Unión Patriótica) y con prácticamente la inexistencia de una tercera fuerza en Colombia durante mucho tiempo. Claro, en las elecciones del año 2002 ciertas fuerzas de “izquierda democrática” lograron algunos puestos como alcaldías y una gobernación, mas los partidos tradicionales siguen siendo “mayoritarios”, aunque con una crisis a cuestas. Las elecciones regulares y limpias con la participación del gran grueso de la población, deja mucho que decir, pues la abstención en Colombia se remonta a un casi 60 %, además no hay que desconocer que cerca de 400 alcaldes se encuentran investigados por corrupción y que las elecciones últimas de senado de marzo del 2002, en algunos lugares, acaban de ser declaradas inexequibles por el Consejo de Estado, anulando 5.655 mesas donde se llevó a cabo la votación. Los derechos cívicos también se han visto seriamente comprometidos y se pudieron ver seriamente afectados, “heridos de muerte” si se hubiera aprobado, como lo quería el gobierno, el famoso “Estatuto antiterrorista”. Varias Organizaciones No Gubernamentales han venido denunciando ello, lo cual se ha cristalizado en dos informes: “El embrujo autoritario” (2003) y “El embrujo continúa” (2004). Allí también hay un apuntalamiento central en lo concerniente a los derechos económicos sociales y culturales, a su violación y precariedad en la sociedad colombiana. Un contexto, entonces, de guerra, de país periférico y de democracia alicaída.

II. Guerra y salud mental

Las relaciones sociales se ven atravesadas por todo ello y es allí, la guerra, la que ejerce un impacto “sustantivo” sobre la salud mental. “Entre los acontecimientos que afectan las relaciones sociales es, sin duda, la guerra el que causa los efectos más profundos por lo que tiene de crisis socioeconómica y de catástrofe y por lo que arrastra de irracionalidad y deshumanización” [5]. Por lo que afecta la democracia y la agudización de la situación como país periférico.

En estos años de guerra, la salud mental se ha visto grandemente afectada, aunque a veces con mayores puntos álgidos, (estatuto de seguridad, represión, desapariciones y torturas, guerra de carteles de la droga, masacres, bombardeos, secuestros, detenciones y allanamientos masivos), otros dentro de su misma “regularidad” o no presencia de tan contundente acontecimientos. El estatuto de seguridad en tanto medida de excepción impuesto en 1978 en el gobierno de Julio Cesar Turbay llevó a una flagrante violación de los derechos humanos, a la represión, a la tortura….; la guerra de los carteles de la droga llevó a la exacerbación de ésta hacia finales de los años ochenta y se cierra con la muerte de Pablo Escobar en 1993 y, de alguna manera, con la captura de los hombres del cartel de Cali. Fue una época dura, cruel que afectó grandemente a las ciudades, particularmente a Medellín y Cali, donde el miedo, la zozobra y el terror se apoderó de los pobladores urbanos y donde los jóvenes fueron los grandes sacrificados; las masacres se convirtieron en aconteceres de la guerra, hasta el punto de señalarse la existencia de una masacre diaria en el año 2000. En 1999 se produjeron 403 masacres. Las masacres han hecho parte de la historia de Colombia: en la primera violencia 1948-64 esta se convierte en un recurso con todo lo que comporta de sevicia, barbarie y terror. En la década de los noventa se dispara de nuevo, y esos “genocidios y masacres recuerdan los peores tiempos de violencia”. Entre 1993 y 1998, según informe de desarrollo humano para Colombia, se presentaron masacres en 28 de los 32 departamentos de los que se compone el país. La mayor parte de las masacres se le atribuyen a los paramilitares. Se estima su participación con el 48% en 1998 y el 38% en 1999 según la Defensoría del Pueblo [6]. La misma Revista Semana acaba de publicar electrónicamente un documento sobre el paramilitarismo en Colombia donde registra las masacres llevadas a cabo desde 1997 al año 2004 por estas organizaciones. Antioquia es el departamento más afectado por ellas. Dichas acciones van dirigidas a eliminar, suprimir y atemorizar a los sujetos con lo cual se produce terror indiscriminado y desplazamiento. Estas masacres y el conflicto armado en las diversas regiones de Colombia, especialmente en los polos de producción de riqueza y en las zonas de control estratégico han generado un desplazamiento forzoso, donde se estima en más de tres millones de personas; el segundo o tercer país en desplazamiento después de Sudan y el Congo. Este es uno de los problemas más apremiantes que atraviesa la sociedad colombiana con todas sus secuelas en el dominio de la salud mental o psicosocial. Y Medellín se presenta como una de las principales ciudades receptora de estos desplazados. A su vez, es considerada desde los años 80 como una de las ciudades más violentas del mundo (violencia organizada y desorganizada o domestica), con un 60% de sus habitantes viviendo en los estratos 1 y 2, con una tasa alta de desempleo y subempleo y en donde se ha considerado por parte del Plan de Desarrollo 2004-2007 (Medellín Compromiso de toda la Ciudadanía ) que existen 169 grupos armados al margen de la ley, sin incluir a los paramilitares y a la guerrilla, donde el 90% de las muertes está asociado con armas de fuego y el 53 % corresponde a jóvenes [7].

Es innegable, entonces, que en un contexto de guerra la salud mental o psicosocial se vea grandemente afectada. La presencia de tales acontecimientos mayores o estresores de primer orden afectan la salud de la mayoría de la población colombiana y exacerba la situación de país periférico, de crisis socioeconómica, de la democracia “existente” y de deshumanización.

Por su parte Ignacio Martín Baró, ha introducido unos elementos muy importantes a tener en cuenta en una guerra y que afectan grandemente la salud mental, a saber. La violencia, la polarización social y la mentira institucionalizada . Martín Baró, alguien muy grato para Colombia, pues estudió en la Universidad Javeriana en los años sesenta, hizo trabajo de campo en la zona nororiental de Medellín y fue invitado al XIII Congreso de Psicología en Cartagena, en 1988, un año antes de su vil muerte con otros cinco jesuitas y dos empleadas de la UCA (Universidad Centroamericana José Simeón Cañas) en el salvador. Colombia está en deuda con Baró. La violencia es el elemento central de la guerra, adquiriendo un carácter instrumental. Hace algunos años, finales de los noventa, todavía se manifestaba una tendencia avizorada desde los años ochenta concerniente a que la violencia en Colombia producto del conflicto armado no asumía más del 20 % y que el 80 % era producto del la violencia desorganizada o “doméstica”, sin embargo no hay que perder de vista que la violencia política entra a “dinamizar” a la violencia desorganizada y que las regiones en que mayormente se sitúa la violencia “doméstica” es allí donde se presenta y acentúa el conflicto armado. La polarización social , obviamente en Colombia es problemático hablar de una guerra civil como la que ocurrió en el salvador en los años ochenta. Este elemento, incluso, ha servido para manifestar que en Colombia no hay una guerra civil. La polarización social no se observa propiamente en nuestro contexto, aunque en algunas regiones donde se presenta de manera más intensa los conflictos o confrontaciones armadas, polos de producción de riqueza y zonas estratégicas, los campesinos o pobladores se ven obligados a inclinarse a uno de los bandos o simplemente a huir, situándose como un acontecimiento mayor que afecta la salud mental: “O estas con nosotros o contra nosotros, o viene la viuda por usted”, es lo que se escucha en algunos lugares o zonas de Colombia. La mentira institucionalizada : Quizás fue Freud el que en 1915 manifestó que lo primer afectado en la guerra es la verdad. Pues bien, en Colombia ello no es la excepción, lo hemos venido sintiendo en diversas ocasiones, auque para citar sólo un ejemplo podríamos invocar lo que ocurrió el año pasado, en el DANE, en el Departamento Administrativo Nacional de Estadística en septiembre del año 2004, con el informe de la victimización en Colombia llevada a cabo en ciudades como Medellín, Calí y Bogotá y que implicó la renuncia del director del DANE Cesar Caballero. ¿Qué pasó allí? Simplemente las cifras no favorecían al gobierno y ponían en entredicho la “seguridad democrática”, por lo cual había que taparlas, esconderlas o maquillarlas.

La violencia, la mentira institucionalizada y los intentos de polarización se presentarían, entones como elementos de las relaciones sociales, que afectan y deterioran la vida y la salud de los sujetos en la sociedad colombiana. Martín Baró proponía trabajar en aras del agenciamiento de otras relaciones sociales no perneadas por ello.

Elizabeth Lira en su experiencia en Chile ha articulado el aspecto o el estado del miedo , viéndolo como un estado habitual de ciertos regímenes. En regímenes de excepción o dictaduras militares, el miedo adquiere un carácter social y político siempre presente. En contextos de guerra el miedo se presenta como una reacción o respuesta frecuente que puede conducir a situaciones de repliegue, de apatía o aislamiento. Elizabeth Lira y Maria Isabel Castillo publicaran precisamente un trabajo titulado “Psicología de la amenaza política y del miedo”, con lo cual se observa que en los regímenes autocráticos y totalitarios como en los conflictos armados o contextos de guerra el miedo se convierte en una categoría de análisis psicosocial fundamental.

Joaquín Samayoa, psicólogo social salvadoreño, ha acentuado cuatro factores que se ven afectados grandemente en un contexto de guerra: El pensar lucidamente; la voluntad y capacidad de comunicarse con veracidad y eficacia; la sensibilidad ante el sufrimiento y la solidaridad; y la esperanza [8]. Con lo cual siguiendo a Baró se debería pensar, no obstante, sus limitaciones y a su vez la complementariedad con lo planteado por las profesoras Chilenas: “los planteamientos de Samayoa y del grupo chileno: mientras en un caso se subraya el papel de los aspectos cognoscitivos y comportamentales, en el otro se enfatiza la mediación de un elemento afectivo, el miedo. Nos encontramos así con los tres constitutivos clásicos del análisis psicológico: el conocimiento, el afecto y el comportamiento –que algunos sustituyen por la volición” [9]. Baró señalará, igualmente, sus limitaciones y procederá a establecer su conceptualización al respecto. Este insistirá grandemente en el carácter de trauma psicosocial : la guerra y no el trauma psicológico o social, sino psicosocial que implicará “el carácter esencialmente dialéctico de la herida causada por la vivencia prolongada de una guerra”. Bien se presentarían estos aspectos como determinantes a la hora de pensar la salud psicosocial de la población colombiana, y de alguna manera articulan o confluyen en tanto punto de vista de aproximación a la preocupación de la guerra y la salud psicosocial.

Recientemente ha aparecido un trabajo importante titulado “Psicología y derechos humanos” (2004) coordinado por los profesores Luís de la Corte Ibáñez , Amalio Blanco y José Manuel Sabucedo , todo ellos psicólogos sociales españoles, en el cual intentan dar cuenta entre otras cosas de “las consecuencias psicológicas de la guerra: los estresores y sus efectos”, el profesor Florentino Moreno Martín también participa. Allí escapando al modelo diagnóstico médico-psicológico, considerándolo útil en determinadas circunstancias, pero insuficiente en términos globales, proponían un modelo de diagnóstico general: “es más conveniente utilizar un modelo diagnóstico general que tome como referencia fundamental los estresores bélicos capaces de generar problemas de salud mental, así como aquellos otros aspectos modeladores que pueden actuar en situaciones a favor de la salud de los afectados” [10]. Así, los sujetos en contextos de guerra se ven expuestos a estresores de distinto tipo, los cuales afectan al individuo de diferente manera: la inseguridad, la inestabilidad, el desconocimiento del futuro, el riesgo vital permanente, las dificultades económicas, la disrupción social, la persecución étnica, política, religiosa [11], que bien podían pensarse como estresores generales o de segundo orden. Existirían unos estresores más directos o de primer orden que se darán en razón a la violencia física, psíquica, sexual, y como correlato, la respuesta o reacción a esos estresores serán múltiples. Particularmente se distinguen:

*El miedo y la ansiedad
*La ira y la insensibilidad emocional
*La culpa y el duelo
*El trauma y el estrés postraumático

En consecuencia, hay un aporte muy valioso al problema de la guerra y la salud mental por parte de estos ilustres psicólogos sociales españoles y que bien estarían de acuerdo en establecer una cierta línea que viene desde Ignacio Martín Baró. Tenemos allí un modelo psicosocial importante a la hora de pensar la guerra y la salud mental. La existencia de unos estresores que habíamos nombrado antes como acontecimientos generales y de gran calado que en la historia de esta guerra de Colombia están presentes y que afectan la salud mental o psicosocial de la población.

III. Intervenciones en salud mental

Ahora bien, cómo contribuir a la recuperación o restablecimiento de la salud mental o psicosocial en Colombia. Bien podríamos pensar a partir de determinados frentes:
A. Terapia individual o grupal.
B. Intervención psicosocial. Construcción sujeto (colectivo).
C. Terapia social o sociopolítica. Corto y mediano plazo.
D. Redefinición sociopolítica. Largo plazo.

A. Terapia individual y grupal

Hay una experiencia muy importante en Chile que viene desde finales de los años ochenta, con ILAS (Instituto latinoamericano de Salud Mental y Derechos Humanos), que se propone de carácter interdisciplinar, ya que el equipo que lo conforma implicará la presencia de terapéutas, médicos, abogados y trabajadores sociales. Instituto que intenta dar cuenta del “daño psicológico producido por la represión política del régimen: individuos hostigados y perseguidos por sus convicciones o simpatías políticas, personas torturadas o exiliadas, familiares de presos, asesinados y desaparecidos políticos, toda esa amplia gama de trastornos ocasionados por una sistemática política represiva, incluido su ingrediente de guerra psicológica” [12]. Allí, o desde allí, aparecerán trabajos importantes como los de Elizabeth lira, Maria Isabel Castillo y Eugenia Weistein, entre otros. Por ejemplo, uno de esos trabajos, aunque ya de 1984, que se insinúa paradigmáticos y que nos sirve al propósito aquí es “Psicoterapia y represión política” de Elizabeth lira, Eugenia Weistein y Otros. Se trata de la intervención con víctimas afectadas por la violencia sociopolítica, por la dictadura militar, donde se insinúan recursos que implicará la utilización de psicofármacos, talleres de aprendizaje, al igual que psicoterapia individual y grupal, como asistencia económica y protección jurídica. Se trata de profesionales de la salud mental preocupados por la recuperación psicológica de personas gravemente afectadas por la represión política. Allí, los psicólogos y los psiquiatras se ven obligados a replantear su quehacer y sus formas de intervención de una manera ejemplar en estos contextos de guerra y de violencia sociopolítica. En consecuencia, se tienen intervenciones como la Psicoterapia de Soledad , una mujer a la que su padre fue ejecutado cuando tenía 7 años; en el momento de consulta contaba con 15 años. La psicoterapia de Arturo , un detenido y torturado “apolítico” que centraba su proyecto vital en el estudio y el trabajo y que a raíz de la detención y tortura caerá en un estado de náusea, angustia, vacío y depresión. Psicoterapia de familiares (hijos) de sujetos detenidos-desaparecidos y de la puesta en escena de una propuesta alternativa de actuación (psicoterapia) psicológica. Psicoterapia de Juan y María, sobrevivientes de ejecuciones: Juan , alguien que sobrevive a su propia ejecución y que a partir de ahí permanecerá escondido y encerrado en su casa durante cinco años; María , quien fue “ejecutada” en septiembre de 1973 junto a su esposo y tres compañeros más, llegando a sobrevivir y desde entonces vivirá en diversas ciudades y domicilios, además de haber tenido que cambiarse el nombre, alejarse y no comunicarse o tener contacto con sus hijos. En suma, Juan y María reflejan “la tragedia de dos campesinos chilenos comprometidos con el gobierno de Salvador Allende, que volvieron de la muerte a la vida”. Psicoterapia de Alejandro , un niño exiliado y retornado a Chile con su abuela, expuesto asimismo al conflicto y separación de sus padres. Psicoterapia de José Segundo , un militante político con destacada participación sindical, alguien que luchaba por una reforma agraria y por los derechos de los campesinos; este será detenido, torturado y convertido en un paciente psiquiátrico. Psicoterapia de Fernando , un niño de cinco años expuesto al exilio en su propio país, exilio interno. “Paradójicamente, [dice Juana Kovalskys], existe una condición que se asemeja al extrañamiento, pero que se da al interior de la propia patria: el exilio interno. Un modo de vida que se asume generalmente en forma no consciente, y cuyo eje central es la defensa contra la agresión social-directa o indirecta” [13]. Psicoterapia de Juana , una mujer expuesta a la represión, a la amenaza vital, a la inseguridad y al miedo del régimen militar. Y, al final Juan , un dirigente estudiantil de un partido de izquierda, detenido 15 meses y que entra a comportar claustrofobia, paralización y miedo.

Por la misma época aparece en Colombia una experiencia igualmente importante como es la Corporación AVRE (Atención a las Victimas de la Violencia Sociopolítica , Pro-recuperación Emocional), una organización no gubernamental que se instituye en 1991, a raíz de la preocupación en 1989 de un grupo de psiquiatras del Departamento de la Universidad Nacional que comienzan a cuestionarse “sobre la situación de violencia en el país y a preocuparse por la salud mental de las personas que eran victimas de las mismas”; y que en 1990 emprenderán sus acciones. El propósito de AVRE se plantea como “La recuperación emocional de las victimas de la violencia sociopolítica, por medio de programas de salud mental comunitaria, articulados a programas de desarrollo. Realiza acciones preventivas a nivel secundario y terciario y acciones curativas o intervenciones terapéuticas más precisas (individuales o grupales) en los casos en que hay alteración o disfunsión importante de la persona, la familia o el grupo. Esta intervención es seguida en el tiempo por acciones reparatorias y preventivas que disminuyan las secuelas del trastorno producido por la violencia” [14]. Obviamente, la experiencia de AVRE no se reduce a la clínica o a la psicoterapia individual o grupal, pero se insinúa como un frente importante en tal sentido. Una experiencia que se mantiene hasta hoy y con la cual estamos en deuda en Colombia. Intervención que tiene impacto importante sobre la salud mental o psicosocial sobre las víctimas del conflicto sociopolítico colombiano, pero que también deja evidenciar sus límites, al menos en lo que tienen de intervenciones individuales y/o grupales. Por supuesto, el dispositivo de AVRE permite avizorar una preocupación decididamente psicosocial, que se acentuará cada vez más.

B. Intervención psicosocial. Construcción de Sujeto

Aquí se trata de contribuir a la construcción de sujeto (colectivo), con aquellas personas victimas de la violencia sociopolítica para que así puedan enfrentar su propia realidad y transformarla. Hay una experiencia muy importante como es en la que participó una psicóloga y psicoanalista colombiana, Maria Clemencia Castro , como fue la de “los refugiados Salvadoreños en Colomoncagua, Honduras” a inicios de los años ochenta. Allí, en lo que nos presenta María Clemencia Castro en un artículo de 1995 se observa una intervención psicosocial en la que subyace una construcción de sujeto colectivo. En nuestro contexto, Medellín, ha habido experiencias puntuales que han aportado a ello, particularmente con personas desplazadas, aunque se puede pensar también con otros sujetos “en la guerra” como sindicalistas, defensores de derechos humanos y líderes populares. Con ellas, personas desplazadas, se ha querido promover la construcción de sujeto. Es el caso de mujeres afrocolombianas desplazadas en Vallejuelos, comuna 13, donde se intentó implementar elementos propuestos por Paolo Freire (construcción de sujeto, construcción de persona, transformación del “mundo”, establecimiento de relaciones de reciprocidad y hacedores de cultura e historia) construyendo una cartilla de Etnoalfabetización. Las experiencias, algunas con los desplazados se intentan pensar en términos de sujeto por la vía de metodologías participativas en una suerte de intervención psicosocial; metodologías en las cuales América latina juega un papel destacado. Paolo Freire, pero sobre todo Orlando Fals Borda y el dispositivo de la IAP (Investigación acción participativa), al igual que a partir del enriquecimiento de Tómas Villasante, Tómas Alberich, Joel Martí y Manuel Montañés allá en España. Se ha observado que las personas desplazadas comportan una serie de signos o síntomas comunes: miedos, angustias, ansiedades, insomnio, pesadillas, culpas, depresiones, inhibiciones vitales, problemas psicosomáticos, estrés postraumático, pero que es posible enfrentar mediante estas intervenciones colectivas y de construcción de sujeto e intervenir sobre ellos. Además, de sus implicaciones a nivel social, económico y político.

C. Terapia social o sociopolítica. Corto o mediano plazo

Ignacio Martín Baró desde los años ochenta ha insistido grandemente en la importancia del establecimiento de nuevos lazos y de nuevos vínculos sociales, no signados por la violencia, la mentira y la polarización, además de la importancia de una terapia sociopolítica. Él ha planteado que “así como la superación de los traumas personales exige su elaboración terapéutica, nuestras sociedades latinoamericanas requieren esa terapia sociopolítica de una justa reparación a ese verdadero genocidio cometido en nombre de la seguridad nacional y aun de la civilización occidental” [15]. Martín Baró considera que no es suficiente con una elaboración o reparación terapéutica, sino que se necesita también la puesta en escena de una terapia sociopolítica para una justa reparación. Hoy esto es de vital importancia en Colombia donde al proceso de desmovilización de los paramilitares se intenta darle un marco jurídico: “Justicia y Paz”, dice el gobierno. Martín Baró en los años ochenta hablaba de verdad, justicia y reparación y que no era posible una política de perdón, de olvido y de impunidad. La verdad sobre lo que sucedió, la restitución de lo perdido, la indemnización, la rehabilitación y las garantías de no repetición se presentan fundamental a la hora de sanar las heridas y de velar por la salud mental de las victimas afectadas por la guerra. La misma Corporación AVRE ha venido insistiendo grandemente en ello. Estos elementos, este tipo de terapia sociopolítica conduce a un restablecimiento psicosocial de los sujetos afectados por el conflicto armado colombiana. En el campo de la psicología social se ha visto fundamentada esta relación dialéctica entre lo social o sociopolítico y la salud de los sujetos en cuestión.

D. Configuración sociopolítica. Largo plazo

Hay que entrar a pensar en una configuración política o sociopolítica a largo plazo. Immanuel Wallerstein, uno de los sociólogos más emblemáticos de la contemporaneidad ha tocado un problema de gran calado como es el inicio de la “crisis terminal” del capitalismo hacia los años setenta y el colapso de éste hacia el año 2050 o, antes, en el 2025. El capitalismo ha comportado una naturaleza polarizadora: países centro-semiperiferia-periferia, el acrecentamiento de la desigualdad, de la pobreza: “Este mundo conoce tres categorías de personas. La primera categoría , que no es mayor que 1% están extremadamente bien. Luego, viene un más o menos 19% que están regular. Estos dos grupos han visto crecer enormemente su ingreso durante los últimos 200 años. A ellos se refieren los defensores de la globalización; pero la globalización ha ofrecido al otro 80% de la población mundial, nada o nulo, por el contrario ellos están cada vez peor” [16] ( la situación en Colombia deja observar algo así como un 60% de pobreza y casi un 30% de indigencia; en el campo la situación es más delicada). Igualmente, el capitalismo ha comportado una naturaleza enajenante que ha imposibilitado o limitado el desarrollo de las potencialidades o capacidades humanas, todo aquello que Marx avizoraba en los manuscritos de parís o “Manuscritos económicos filosóficos” de 1844 . Así, aparece el capitalismo en razón al marco en el que se dan las guerras actuales, por lo cual se hace necesario pensar en algo distinto. El capitalismo como sistema histórico tiende a colapsar y no sabemos que lo va a remplazar, pero los actores sociales, entre ellos los profesionales de la salud podemos apostarle a algo diferente o, al menos, como advierte Wallerstein a un sistema histórico más democrático e igualitario, a un sistema histórico menos polarizador y enajenante, ya que los actores sociales dominantes o privilegiados intentarán conservar sus privilegios, su dominación y poder: “No podemos, nadie puede prever lo que resultara(…)Los poderosos del mundo lo saben bien. Preparan de múltiples maneras la construcción de un mundo pos-capitalista, una nueva forma de sistema histórico desigual a fin de mantener sus privilegios. El desafió para nosotros sociólogos y otros intelectuales y para todas las personas en pos de un sistema democrático e igualitario es mostrarnos tan imaginativos como los poderosos y tan audaces (…) La esperanza reside, ahora como siempre, en nuestra inteligencia y en nuestra voluntad colectiva” [17].

A largo plazo la salud mental o psicosocial implica una nueva configuración sociopolítica; unas nuevas relaciones sociales como acertadamente pensaba Martín Baró, pero aquí ya en el marco de un nuevo sistema histórico.

¿Cómo contribuir, entonces, a la salud mental de la población colombiana en un contexto de guerra? Mediante el trabajo psicoterapéutico individual y grupal; mediante la construcción de sujeto colectivo; mediante nuevos vínculos y lazos sociales; mediante la verdad, la justicia y la reparación; y a partir de la reflexión, el análisis y discusión del nuevo sistema histórico que nos va suceder.

Notas

[1] IBAÑEZ, Luís de la Corte y Otros. Psicología y derechos humanos. Barcelona: Icaria, 2004. p.190
[2] Ibíd. P. 190
[3] PIZARRO, Eduardo. Colombia: ¿guerra civil, guerra contra la sociedad, guerra antiterrorista o guerra ambigua? En: Revista Análisis Político. Universidad Nacional de Colombia No. 46, mayo-agosto, 2002
[4] GIDDENS, Anthony. Un mundo desbocado. España: Taurus, 2000. p. 82
[5] BARÓ, Ignacio M. Guerra y salud mental. En: Psicología social de la guerra: Trauma y terapia (selección e introducción por Baró). El Salvador: UCA Editores, 1990. p. 23
[6] Revista Semana. Colombia, abril 28 del año 2000
[7] Profesores Facultad de Sociología UNAULA. Por la sociología. Documento , diciembre 10 del año 2004
[8] SAMAYOA, Joaquín. Guerra y deshumanización: Una perspectiva psicosocial. En: Psicología social de la guerra: Trauma y terapia, op. cit. P. 45
[9] BARÓ, op. cit. P. 79
[10] IBAÑES, Luís de la corte y Otros, op. cit. P. 71
[11] Ibíd., p. 172
[12] BARÓ, Martín. Hacia una Psicología Política en Latinoamérica. En: Anuario Científico, U. del Norte, Colombia: VIII, 1988. p174
[13] Ibíd., p. 151.
[14] CASTAÑO, Berta Lucía. Violencia sociopolítica en Colombia. Recuperación en la salud mental de las victimas. Gente Nueva, 1994 p. 9-10
[15] BARÓ, Martín. Democracia y reparación En; ILAS derechos Humanos. Todo es según el dolor con que se mire, 1989. p.1617
[16] WALLERSTEIN, Immanuel. La historia no está al lado de nadie. Documento Internet, mayo del año 2002
[17] WALLERSTEIN, Immanuel. La reestructuración capitalista y el sistema-Mundo. Documento Internet, 1997.
BIBLIOGRAFIA

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*Texto aparecido en la revista Poiésis de la Facultad de Psicologóa de la Funlam y presentado al Instituto Paolo Freire de Alemania en el año 2005.

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